Mario Vargas Llosa tenía una meta clara: ser escritor. Para ello se preparó y organizó. Cuando viajó de Lima a Madrid, en un barco por 18 días, aprovechó el tiempo, junto a una piscina, para escribir las primeras líneas de La ciudad y los perros.
Tenía 22 años para estudiar una beca ganada en la Universidad Nacional Mayor San Marcos por un doctorado en la Universidad Complutense de Madrid.
Incluso si no había momentos de ocio en ese viaje de barco, Vargas Llosa los aprovechaba para seguir escribiendo. “Si no iban al cine, él escribía unas páginas a mano”, señala el libro Aquellos años del boom de Xavi Ayén.
No gusta perder el tiempo, sino utilizarlo en escribir sus próximas obras. A Vargas Llosa se le conoce como un escritor disciplinado. Hasta hoy sigue una rutina estricta de seis días a la semana.
LA RECETA VARGAS LLOSA
No duerme más de seis horas. Se levanta y hace ejercicios por una hora. Desayuna y lee periódicos. Al promediar las diez de la mañana empieza su trabajo. Escribe hasta las tres de la tarde en que almuerza. Hace la siesta durante 15 minutos y reinicia su trabajo.
“Ya no escribo en ese horario, tomo notas, leo, releo, las tardes para mí son horas de lectura, hasta las 7 de la noche, a veces 8 de la noche”, describe a su hijo Álvaro Vargas Llosa en el documental “Mario Vargas Llosa: Una vida de palabras”. Cuando vivía en Londres, por ejemplo, utilizaba estas horas para acudir a la biblioteca. En su escritorio, dependiendo del trabajo, tiene libros, fichas, apuntes, etc.
En la noche escucha noticias, ve películas o series. No escribe a estas horas. A excepción de su juventud en Madrid cuando escribía en este horario en cafeterías. Trabajaba en las mañanas y solo tenía tiempo a esas horas.
“Yo sin rutina no soy nada y no encuentro inspiración alguna. Sin rutina se me descalabra lo que estoy haciendo. La rutina me enriquece y me concede el estado de ánimo necesario para la literatura. Yo trabajo todos los días un mínimo de seis horas; por las mañanas escribo en casa y por las tardes leo, corrijo y rehago en una biblioteca o un café”, dijo en el 2011 en España.

Su disciplina causaba admiración entre sus colegas. El escritor español, Félix de Azúa, recoge una anécdota relacionada a esta cualidad de Vargas Llosa. “Tras pasar la noche bebiendo como cosacos, Mario incluido, por la mañana íbamos amaneciendo tardíamente y nos trasladábamos a la playa. El primero que llegó al mar fue Hortelano, a las diez, y nos explicó que estaba admirado: ‘Desde que salí de la habitación oigo el tecleo de la máquina de Mario’ en su habitación. Enseguida echamos cuentas: si Mario durmió aquella noche fue media hora porque a las diez estaba ya escribiendo”.
UNA NOCHE DE COPAS CON LECHE

Vargas Llosa podía compartir una noche de copas, pero igual tenía que trabajar al día siguiente. Si le dan a escoger, preferiría no tomar alcohol. En una oportunidad, en la primera reunión con el jefe de la editorial Seix Barral, Carlos Barral, para conversar sobre la publicación de La ciudad y los perros, Vargas Llosa prefería tomar leche a licor. “Nos pasamos toda la tarde hablando de literatura. Como es lógico, ronda tras ronda, yo pedía ginebra con tónica y Mario leche sola, vaso tras vaso de leche sola”.
Alfredo Bryce Echenique también fue testigo de esa rutina vargallosina inquebrantable cuando el escritor arequipeño trabajaba como asistente de cátedra en la Universidad Mayor de San Marcos. “Recuerdo, en medio de la laxitud general de la universidad, el rigor del maestro, de este profesor joven que nos daba de leer una cantidad de cosas que nos hacía exclamar: ‘¡Es imposible! ¡No puedo leerme esto en tres semanas!’. Era muy severo, serio (…)”.
Para Vargas Llosa la inspiración no es más que el trabajo y solo se obtendrán resultados con disciplina. “¿Cuál es la receta para llegar a ser un buen escritor? Hay solo una: trabajar, entregarte en cuerpo y alma, con perseverancia, con rigor. En una labor creativa no hay garantías de que el trabajo llegue a ser premiado con el talento, por desgracia. Hay un factor de suerte, azar, y otro que es una cierta disposición innata, etcétera; pero lo cierto es que, si no haces el esfuerzo, nunca lo vas a saber. Hay gente que se contenta con el primer éxito o que se desvirtúa; otros se duermen en los laureles o empiezan a buscar excusas; a veces el talento brota del esfuerzo”, subrayó en una entrevista publicada en el blog Flores Granda, el 2012.
EL MIL OFICIOS
Otro rasgo de Vargas Llosa es que fue un mil oficios. En su juventud ejerció muchos trabajos, algunos peculiares.
Al casarse a los 19 años, bastante joven, tuvo la función de proveer a su familia. Por esos años llegó a tener siete trabajos simultáneamente “por horas y mal pagados”, recuerda.
Uno de sus trabajos consistió en fichar los nichos del cementerio Presbítero Maestro de Lima. Le pagaban por cada muerto registrado. “Tuve un trabajo estrafalario de fichar los cuarteles del cementerio de Lima. A mí me pagaban por muerto y daba unas fichas por semana, me pagaban una cantidad que no recuerdo, pero era bastante ridícula”, rememora el documental Mario y Los perros, estrenado en el 2019.
COMPAÑÍA DE BAILE
Otro de los oficios que ejerció fue de danzarín en España. Según el libro Aquellos años del boom, Vargas Llosa integró un grupo de danzas latinoamericanas folclóricas que bailaba en las calles. “La peculiar agrupación se presentó incluso a un concurso de bailes latinoamericanos, que se celebraba en las plazas de toros de varias ciudades y, así, con un repertorio que incluía marineras, huainos, cuecas o el alcatraz, visitaron lugares como Sevilla, Mallorca o Ávila. Quedaron en segunda posición (de ese concurso)”, señala el libro de Xavi Ayen.
También trabajó como extra en una película francesa llamada “Tout l’or du monde” de René Clair en 1961, aunque su escena no pasó la edición final del filme. En Francia también ejerció como recogedor de diarios viejos. Vargas Llosa recibía una paga por el peso de los periódicos.

Vargas Llosa no la pasó bien en su juventud. Pero su norte estaba claro. Lo que hoy disfruta no es fruto de la improvisación, sino de una fe ciega en su trabajo y una disciplina férrea que mantiene hasta hoy a sus 86 años de edad.